Comentario
Los sacerdotes de Tatahuitlapan
De Iztapan fue Cortés a Tatahuitlapan, donde no halló gente ninguna, salvo veinte hombres, que debían de ser sacerdotes, en un templo del otro lado del río muy grande y bien adornado; los cuales dijeron haberse quedado allí para morir con sus dioses, que les decían que los mataban aquellos barbudos, y era que Cortés rompía siempre los ídolos o ponía cruces; y como vieron a los indios de México con unos aderezos de los ídolos, dijeron llorando que ya no querían vivir, pues sus dioses eran muertos. Cortés, entonces, y los dos frailes franciscanos, les hablaron con los lenguas que llevaban, otro tanto que al señor de Iztapan, y que dejasen aquella su loca y mala creencia. Ellos respondieron que querían morir en la ley de sus padres y abuelos. Uno de aquellos veinte, que era el principal, mostró dónde estaba Huatipan, que figuraba en el paño, diciendo que no sabia andar por tierra. Simpleza harto grande; pero con ella vivían contentos y descansados. Poco después de salir el ejército de allí, pasó un cenagal de media legua, y luego un estero hondo, donde fue necesario hacer puente, y más adelante otra ciénaga de una legua; pero como era algo tiesta debajo, pasaron los caballos con menos fatiga, aunque les daba en las cinchas, y donde menos, encima de la rodilla. Entraron en una montaña tan espesa, que no veían sino el cielo y lo que pisaban, y los árboles tan altos, que no se podían subir en ellos para atalayar la tierra. Anduvieron dos días por ella desatinados; descansaron a orillas de una balsa, que tenía hierba, para que paciesen los caballos; durmieron y comieron aquella noche poco, y algunos pensaban que antes de acertar a poblado habían de dormir. Cortés tomó una aguja y carta de marear que llevaba para semejantes necesidades, y acordándose del paraje que le habían señalado en Tahuitlapan, miró, y halló que corriendo al nordeste iban a salir a Guatecpac o muy cerca. Abrieron, pues, el camino a brazos, siguiendo aquel rumbo, y quiso Dios que fueran derechos a dar en el mismo lugar, después de muy trabajados. Mas se refrescaron entonces en él con frutas y otra mucha comida, y ni más ni menos los caballos con maíz verde y con hierba de la ribera, que es muy hermosa. Estaba el lugar despoblado, y no podía Cortés tener rastro de las tres barcas y españoles que había enviado río arriba, y andando por el pueblo, vio una saeta de ballesta hincada en el suelo, por la cual conoció que habían pasado adelante, si ya no los habían matado los de allí. Pasaron el río algunos españoles en unas barquillas; anduvieron buscando gente por las huertas y labranzas, y al cabo vieron una gran laguna, donde todos los de aquel pueblo estaban metidos en barcas e isletas; muchos de los cuales salieron entonces a ellos con mucha risa y alegría, y vinieron al lugar hasta cuarenta, que dijeron a Cortés cómo por el señor de Ciuatlan habían dejado el pueblo, y cómo habían pasado algunos barbudos el río adelante con hombres de Iztapan, que les dijeron certeza del buen tratamiento que los extranjeros hacían a los naturales, y cómo se había ido con ellos un hermano de su señor en cuatro canoas de gente armada, para que no les hiciesen mal en el otro pueblo más arriba. Cortés envió por los españoles, y vinieron en seguida al otro día con muchas canoas cargadas de miel, maíz, cacao y un poco de oro, que alegró la vista a todos. También vinieron de otros cuatro o cinco lugares a traer a los españoles bastimento, y a verlos, por lo mucho que de ellos se decía, y en señal de amistad les dieron un poquito de oro, y todos quisieran que fuera más. Cortés les hizo mucha cortesía, y rogó que fuesen amigos de los cristianos. Todos ellos se lo prometieron. Volviéronse a sus casas, quemaron muchos de sus ídolos por lo que les fue predicado, y el señor dio del oro que tenía.